Entiendo como “innovación educativa”, un "método" que nos conduce “a la mejora” en los procesos de enseñanza-aprendizaje.
Dentro de mi bagaje cultural, cuando hablo de “innovación” es un concepto que implica un cambio planificado intencionalmente para producir una mejora, en otras palabras, es una respuesta a una necesidad concreta, para poder aportar novedad y soluciona la necesidad que la origina. Por consiguiente, es útil. Este rasgo diferencia un cambio superficial de la verdadera innovación.
¿Es lo mismo innovación que cambio? Rotundamente no, los términos innovación y cambio no son términos análogos, del mismo modo tampoco podemos considerar la innovación como sinónimo de reforma. Cambiar es alterar un estado de cosas o prácticas existentes, es decir, el cambio engloba la innovación, pero no la implica, ya que el concepto de innovación está delimitado al contexto de la institucionalización del cambio mediante la adopción de procesos que llevan a la dicha innovación (Bolívar 1999).
Una innovación se institucionaliza cuando deja de ser novedad y pasa a formar parte habitual de la vida del centro escolar. Con la planificación, la implantación, la extensión y generalización de la aplicación, diríamos que se logró la institucionalización, es decir, los cambios se hicieron habituales.
Por ejemplo, imaginemos un aula en la que el maestro detecta la dificultad de su alumnado con las cuentas matemáticas y decide intervenir con la aplicación de la metodología ABN. Esta investigación que se dispone a llevar a cabo maestro/investigador, debe de estar planificada, y seguir el método hipotético-deductivo para considerarse un proceso de investigación. Si los resultados de esta investigación son replicables (son válidos y fiables), se debería implicar a todo el centro en ella, distribuir el liderazgo, incluir a toda la comunidad educativa, entre otras, para que se pudiera denominar y considerar innovación.
Referencias bibliográficas:
Morales, P. (2010). Investigación e innovación educativa. REICE Revista Iberoamericana sobre Calidad, Eficacia y Cambio en Educación, 8(2), 47-73. http://www.rinace.net/reice/numeros/arts/vol8num2/art3.pdf
Navarro, E., Jiménez, E., Rappoport, S. y Thoilliez, B. (2017). Investigación e innovación en educación. En Navarro, E., Jiménez, E., Rappoport, S. y Thoilliez, B (Coord). Fundamentos de la investigación y la innovación educativa (pp. 15-39). Universidad Internacional de La Rioja (UNIR).
Se plantea una interesante cuestión: en educación ¿el agente innovador nace o se hace?
En palabras del ilustre Frank Barron, psicólogo y filósofo estadounidense, considerado como unos de lo pioneros en la psicología de la creatividad, “el talento es algo con lo cual se nace con un potencial inicial”, aunque no hay que olvidar la importancia de reforzar algunas características claves (Barron 1969). Este autor llevó a cabo, diversos estudios de investigación con gemelos idénticos separados al nacer, donde concluyó que nuestra capacidad de generar un “pensamiento creativo” provenía de la genética. Por lo tanto, la creatividad, motor de la innovación, ¿es algo puramente innato dependiente y condicionado a la carga genética?
Cuatro décadas posteriores a las investigaciones de Barron, otros autores especializados en el campo de la investigación educativa afirmaron que dos tercios de las habilidades de innovación de las que somos poseedores los seres humanos se obtienen a través de los procesos de aprendizaje: primero, hay que comprender una habilidad determinada, luego hay que llevarla a la práctica, experimentar y finalmente ganar confianza en la capacidad de uno para crear (Dyer et. al 2009). Dichos autores llegaron a identificar cinco “habilidades de descubrimiento” que permiten distinguir a las personas con un potencia más creativo e innovador, compartiendo parte de las teorías postuladas por Barron. Sin embargo, también consideran de gran importancia la creación de rutinas de aprendizaje, ambientes estimulantes y motivadores, redes, metas y objetivos personales que enriquezcan el terreno de la creatividad y de la motivación, para poder desarrollar y mejorar dicha capacidad creativa, la antesala de las futuras acciones innovadoras.
Dyer et. al (2009), ha sido corroborado posteriormente por un estudio de la Universidad de Harvard y la Brighman Young, donde consideran que existen cinco variables que permiten identificar “el potencial innovador”: Asociación, Reflexión, Observación, Experimentación y Descubrimiento. Otros estudios de neurociencia dejan patentes la importancia del entorno y los distintos microsistemas de la teoría ecológica (Bronfenbrenner) que pueden estimular y potenciar dichas variables.
Por lo tanto, se considera que la creatividad es una habilidad innata, sin embargo, puede llegar a engendrarse y potenciarse con un buen proceso de enseñanza-aprendizaje y una estimulación adecuada, que extraíga al sujeto de su “zona de confort”, generando situaciones de disociación cognitiva en busca de nuevos retos y nuevas respuestas.
Referencias bibligráfica:
Barron, F. (1969). Creative person and creative process. New York: Holt, Rinehart & Winston.
Dyer, J. H., Gregersen, H. B., & Christensen, C. M. (2009). The innovator’s DNA. Harvard Business Review, 87(12), 61–67.
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